La formación inicial se compone de Edu D. (elEdu), Hugo P. (Grafo), Hernan G. (PIC), Carli C. (Calito), con la participación especial de
Jorge V. (El Alquimista) y Raúl D. (RD), pero esperamos seamos mas. En este partido como en los partidos de la vida hay alegrias, tristezas, polemicas, amores, desamores, cambios y transformaciones, seria un placer que participes de ellos junto a nosotros..

......Tu comentario es bienvenido!! (gracias)...........
Queremos recibir tus aportes y sugerencias a: correomanoinquieta@gmail.com

jueves, 30 de septiembre de 2010

El Truco

Nueva Sección del Blog: Pequeños textos (fragmentos) de grandes textos.

Primer entrega: Jorge Luis Borges

Fragmento de "Fervor de Buenos Aires" (1923) y de "Evaristo Carriego" (1930)

EL TRUCO
Cuarenta naipes han desplazado a la vida.
Pintados talismanes de cartón
nos hacen olvidar nuestros destinos
y una creación risueña
va poblando el tiempo robado
con floridas travesuras
de una mitología casera.

En los lindes de la mesa
la vida de los otros se detiene.
Adentro hay un extraño país:
las aventuras del envido y quiero,
la autoridad del as de espadas,
como don Juan Manuel, omnipotente,
y el siete de oros tintineando esperanza.

Una lentitud cimarrona
va demorando las palabras
y como las alternativas del juego
se repiten y se repiten,
los jugadores de esta noche
copian antiguas bazas:
hecho que resucita un poco, muy poco,
a las generaciones de los mayores
que legaron al tiempo de Buenos Aires
los mismo versos y las mismas diabluras.
Fragmento de Fervor de Buenos Aires (1923)


“La habitualidad del truco es mentir (…) es acción de voz mentirosa, de rostro que se juzga semblanteado y que se defiende, de tramposa y desatinada palabrería. Una potenciación del engaño ocurre en el truco: ese jugador rezongón que ha tirado sus cartas sobre la mesa, puede ser ocultador de un buen juego (astucia elemental) o tal vez nos está mintiendo con la verdad para que descreamos de ella (astucia al cuadrado). Cómodo en el tiempo y conversador está el juego criollo, pero su cachaza es de picardía. Es una superposición de caretas, y su espíritu es el de los baratijeros Moshe y Daniel que en mitad de la gran llanura de Rusia se saludaron.
-¿A dónde vas, Daniel? – dijo el uno.
-A Sebastopol – dijo el otro.
Entonces, Mosche lo miró fijo y dictaminó:
-Mientes Daniel. Me respondes que vas a Sebastopol para que yo piense que vas a Nijni-Novgórod, pero lo cierto es que vas realmente a Sebastopol. ¡Mientes Daniel!”
Considero los jugadores de truco. Están como escondidos en el ruido criollo del dialogo; quieren espantar a gritos la vida. Cuarenta naipes –amuletos de cartón pintado, mitología barata, exorcismos– le bastan para conjurar el vivir común. Juegan de espaldas a las transitadas horas del mundo. La publica y urgente realidad en que estamos todos, linda con su reunión y no pasa; el recinto de su mesa es otro país. Lo pueblan el envido y el quiero, la oloroza cruzada y la inesperabilidad de su don, el ávido folletín de cada partida, el 7 tintineando esperanza y otras apasionadas bagatelas del repertorio.”
Fragmento de Evaristo Carriego (1930), Jorge Luis Borges.
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jueves, 23 de septiembre de 2010

Llegar a casa

Juan es licenciado en Marketing y tiene la suerte de trabajar en su profesión. En unas horas tiene la oportunidad más importante de su vida. Desde la mañana temprano que esta ordenando lo que será la presentación que estuvo esperando desde que se recibió y empezó a trabajar en la mega empresa que lo emplea. Gran parte del desarrollo futuro de la empresa depende de su presentación, de cómo saque adelante lo que el mejor sabe hacer, convencer a la gente de que su empresa y sus productos son lo mejor que le pueden pasar.
Hang Tueing y Yaho Mein vinieron especialmente desde China a escucharlo. Están dispuestos a desembolsar 4 millones de dólares para que la marca que Juan representa, se empiece a comercializar en China. Juan sabe que de esos 45 minutos que dura su exposición depende el despegue de su empresa y su ascenso a Gerente Operativo con un sueldo que duplica su actual cobro. Pero Juan no puede concentrarse, solo faltan 30 minutos para la presentación y por más que lo intenta, no puede concentrarse.
De madrugada, hace unas horas nomás, lo llamo su amigo Rodrigo para darle la noticia de que el padre de él, el de Rodrigo, había muerto. Esto seria una noticia mas, sino fuera que Rodrigo es su mejor amigo y de que al padre de su amigo, Jorge, para Juan era casi como su padre. Y cuando digo casi es solo porque Jorge, el padre de su mejor ami
go no era de su sangre, sino diría directamente que falleció lo más parecido que tuvo toda su vida Juan como padre. Juan es hijo de madre soltera, su madre fue “padre y madre” durante toda su vida y ha hecho un gran trabajo, que completo la fuerte presencia de Jorge, aconsejando a Juan en las desiciones mas importantes de su vida. Entonces Juan esta frente a este dilema que le pone la vida, la muerte del padre de Rodrigo y la exposición que cambiara su vida para siempre. Por eso Juan no para de caminar en la oficina, no para de maldecir la situación en que la vida lo puso y no para de culparse porque pese a la muerte de Jorge, tan importante para él, él esta ahí, para cumplir con su trabajo, y no esta con Rodrigo para acompañarlo en este momento y despedir a quien casi fuera su viejo del corazón.
Jorge era quien le ordeno la vida de chico y de adolecente, Juan pasaba mas tiempo en la casa de Rodrigo que en su propia casa y Jorge fue quien lo aconsejaba en
todas sus decisiones importantes, quien lo llevo de vacaciones junto con Rodrigo infinidad de veces y le permitió conocer la playa, el mar, las montañas, hasta la nieve cuando tuvo oportunidad de acompañar a la familia, también en invierno.
Fue quien le consiguió su primer laburo en la mueblería donde trabajaba él, donde pasaban muchos ratos como si fueran padre e hijo, hablando mayormente de lo que le apasionaba a Jorge que era el futbol. Por Jorge, Juan se hizo hincha de Chicago, pese a no haber ido jamás a la cancha a ver ni siquiera un amistoso. Todo esto le daba vueltas en la cabeza, y solo faltaban 10 minutos para su presentación. De repente, Juan entro en un estado de profunda tristeza al recordar todo lo vivido con Jorge y Rodrigo. Casi no podía levantar las manos, ni siquiera podía sostener la mirada y ya tenia que entrar a dar la exposición de su vida.
No voy a entrar en detalles de cómo le fue a Juan en su presentación, con decir que a los 8 minutos de casi ni emitir sonido alguno, su jefe tuvo el reflejo de
sacarlo de prepo del salón y tomar un pequeño descanso para que quien trabajo con Juan en este proyecto, Lucas, pudiera reemplazarlo. Terminada la reunión, los chinos se fueron con más dudas de las que habían entrado y el jefe de Juan dejo supeditado su destino laboral a lo que decidieran los orientales con respecto a otorgarles o no, los 4 millones de dólares.
Juan entro al ascensor de la empresa que bajo los 8 pisos que lo separaban de planta baja como si fuera en cámara lenta, mientras él lo único que pensaba es “tengo que llegar lo mas rápido que pueda a casa”.
Mientras subía al coche, llamo a su amigo Rodrigo que le dijo que el entierro había terminado que era una lastima que no había podido ir, pero que comprendía lo importante que era esa exposición para él. –Por lo menos vino Anita, le dijo. Anita er
a, no se si antes lo mencione, la mujer de Juan, estaban casados hace 7 años y tenían una nena hermosa llamada Abril de 5 años.
Después de hablar con Rodrigo y subirse a su coche, Juan volvió a sentir con desesperación la necesidad de llegar a su casa. Rápidamente saco su coche del estacionamiento y partió a gran velocidad, mientras gotas de transpiración corrían por su frente. No sabía como iba a aguantar los 25 minutos que separaban su trabajo de su hogar. En el mejor d
ía de su vida, que termino siendo el peor día de su vida, Juan solo quería llegar. Pasó un par de semáforos en rojo y corrió a más velocidad de la permitida en varios lugares, solo para poder llegar rápido a su destino. Casi una actitud de ansiedad extrema se había apoderado de él, sentimiento que solo le agarraba 2 o 3 segundos antes de cruzar la puerta de su casa, hoy en lo que termino siendo el peor día de su vida, le había agarrado muchísimo antes. Los ojos desorbitados de Juan y sus manos temblorosas le daban un aspecto tétrico a la situación.
Llego a la barrera que lo separaba 4 cuadras del final y la cruzo baja, apostándole casi un juego mortal al tren que lo vio pasar a pocos centímetros. Casi no tardo en recorrer las últimas 4 cuadras y con la llave en la mano, bajo del coche corriendo a la puerta, la cual abrió con desesperación y entro a su casa buscándola. Busco en el comedor y no estaba, fue a su pieza y no la encontró, grito su nombre y nada; entonces la vio en el patio trasero. Asomaban detrás del duraznero, sus rulitos que caían sobre su espalda, y al decir su nombre, Abril giro su cabecita y corrió a su encuentro para abrazarlo. Entonces Juan, prolongo el abrazo que solía darle todos los días cuando llegaba de su trabajo y ya no tuvo mas angustia, no tuvo ni temblores, ni ojos desorbitados, ni ansiedad; su trabajo, su tristeza y sus culpas habían quedado muy lejos. De todo lo que había pasado y podía pasar, lo protegían, los bracitos de su hija, Abril.

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martes, 21 de septiembre de 2010

El Rifle

En cada comienzo de año, cuando los profesores nos pedían que nos presentáramos y contemos algo de nuestras vidas, "el Rifle", así le pusimos a José Augusto Trípodi desde el día que trajo un Super Valiant calibre 5.5 que era del viejo, para asustar a uno de 5º año que lo tenía de hijo. Claro, nosotros, pibitos recién entrados a la secundaria y ellos grandulotes que no tenían otra cosa que hacer que molestar a los novatos. Decía que en esas presentaciones de principio de año Trípodi inventaba una historia diferente con cada profesor nuevo. Todo esto ante la atenta y cómplice escucha de todos nosotros, que aunque sabíamos que era mentira, no queríamos perder el hilo de la narración para después comentarla en el recreo. Hasta se paraba el muy hijo de puta, se paraba y hacía gestos ampulosos, agrandaba las anécdotas con tanta facilidad que el profe Guevara le auguraba un futuro promisorio como dirigente. Mucho no le pifió Guevara, porque el Rifle fue el primer Presidente del Centro de Estudiantes de la Escuela después de la época de los milicos.
Bajo su mandato se organizaron los mejores bailes estudiantiles de la Escuela. Los bailes del Nacional se empezaron a hacer famosos, hasta los Directores lo felicitaban por la organización y la popularidad. Todo era éxito para la Lista Verde, encabezada por el rifle, el cabezón Murúa y la petisa González, que como toda petisa tenía toda su belleza acumulada entre sus pantorrillas y su cintura, aunque a decir verdad también venía bien de delantera. La habían puesto como Secretaria para captar los votos de los pebetes de 1º año, que estaban embobados con el culo de la enana. Claro, si usaba un guardapolvo tamaño extra small, que más que guardapolvo parecía una vincha.
Pero una vez la cagó Trípodi. Fue en 5º año. Entró a la escuela una profesora nueva de Filosofía que reemplazaba a María Azucena Stornud. De más está decir la interminable lista de cargadas que teníamos para con Azucena, que se había tomado una licencia antes de jubilarse. Ya estaba grande, y seguramente tendría inflada la paciencia de todas nuestras boberías. O por lo menos eso era lo que nosotros pensábamos, porque por ahí se fue un año a vivir a una casa en la montaña.
La nueva se llamaba Lucía Claxon. Rubia, flaquita, con una nariz prominente, siempre estaba bien arreglada. Y si bien no tenía grandes atributos físicos, la contemplamos de manera exhaustiva la primera vez que la vimos. Ahí fue cuando el rifle nos avisó: "esta es pan comido".
"Bueno, yo soy José Augusto Trípodi. Tengo 17 años, soy hincha de Chacarita, me gusta jugar al ludo. Pero mucho tiempo no tengo, porque los días de semana cuido a mis 9 hermanitos y los fines de semana trabajo de limpieza en un boliche".
El silencio fue total. Nosotros hacíamos fuerza para no reirnos, pero el rifle como siempre tan seguro de su poder de oratoria, se paró junto a su banco y siguió:
"Por eso me cuesta tanto estudiar, sobre todo con las materias que tienen tantas fotocopias. Parece que los profesores no tienen en cuenta estas cosas, pero los alumnos también tenemos nuestros problemas."
La profesora lo escuchó atentamente, y cuando terminó su presentación pudimos observar como trataba de disimular, y con los nudillos del dedo índice se secaba las lágrimas incontenibles ante el relato del joven Trípodi. Pero en lugar de hacerlo pasar por víctima por su supuesta vida sacrificada, se quedó con el comentario de la bibliografía:
- Lo que tenés que saber … José, es que hay materias en las que no se puede profundizar sin la bibliografía adecuada. Es más, nosotros tratamos de recortar capítulos o libros para compilarlos de manera que no sea demasiado para los alumnos. Pero voy a tener muy en cuenta tu comentario – . Dijo esto y el rifle se sentó lentamente, con esa cara de hijo de puta que ponía después de llevar a cabo una nueva cagada.
Ese año, Lucía Claxon fue la única profesora nueva que tuvimos. Tal vez por eso, la teníamos muy en cuenta con cada comentario, porque era raro que los profesores nos hablen con tanta paciencia, con tanta dulzura y demuestren preocupación por lo que pasaba en nuestras vidas.
Un día, la profesora entró a la clase con una bolsa de consorcio. Nadie le preguntó qué traía, porque pensamos que tal vez era algo personal y no quisimos ser tan chusmas. Pero cuando terminó la clase, Lucía le pidió a Trípodi que se quede a hablar con ella. Y como el rifle nunca pasaba desapercibido, todos nos quedamos asombrados del pedido de la profesora, porque sabíamos que la mentira había sido tan exagerada que en algún momento se iba a caer. Así fue que cuando salimos del aula, algunos se fueron al baño a fumarse un pucho, otros al kiosco a comer un tostado, esos que a Don Antonio le salían tan bien, y algunos nos quedamos en el pasillo intentando escuchar algo de lo que la Claxon le decía a Trípodi.
A los cinco minutos, el rifle salió del aula, y dejó pasar a la profesora que se fue caminando con pasos cortos, mirando al piso, como si en cualquier momento se fuera a dar vuelta para ver como una docena de adolescentes nos amontonábamos alrededor de Trípodi.
- Chicos, me fui a la mierda. Les juro que nunca mas me mando una de estas boludeces!- Fue lo único que dijo el flaco cuando Lucía ya se había alejado.

La bolsa que había traido la Profesora era ropa que había juntado de sus sobrinos para los supuestos 9 hermanos que Trípodi tenía a su cargo. En la charla que tuvieron, la Claxon hasta se había ofrecido para cuidar a alguno de los hermanitos de Trípodi cuando el rifle no pudiera hacerlo para cumplir con su agenda laboral desbordada. Prometió que volvería a juntar más ropa y también juguetes, si es que eso no lo ofendía. Ella tenía una debilidad por los niños, tal vez porque aún no tenía ninguno, pero lo cierto es que se ofreció de mil maneras para hacer más liviana la tarea de este adolescente.

Después de eso, el rifle faltó a clases una semana entera. Lo fuimos a buscar un par de veces para jugar al fútbol, pero nadie nos atendía. Era como si hubiese decidido borrarse del mapa. Ni siquiera lo encontramos en la verdulería de la esquina, en lo de Don Ramón, donde se pasaba horas y horas viendo como pasaban las minas del Colegio Parroquial. Nos preocupaba porque él no era de faltar, si hasta los días de lluvia iba, porque sabía que no iba nadie y aprovechaba para chamuyarse alguna piba. Había empezado noviembre y ya estábamos a pleno con los preparativos de la fiesta de egresados, y la presencia de Trípodi se hacía imprescindible.

El día que decidió volver, justo ese día, volvió también la profesora Stornud. Cuando entró al aula, nos quedamos mudos. La cara del rifle se transformó, fue como si hubiese visto un fantasma. Creo que estuvo cuarenta y cinco segundos apretando el capuchón de la bic azul sin dejar de mirar a la profesora.
María Azucena estaba renovada, hasta parecía más joven. Si no la hubiésemos conocido de antes, tal vez le daríamos unos 60 años. Pero estaba serena, de buen humor y a modo de introducción nos dijo:
“- Espero que este mes que queda de clases nos sirva para conocernos un poco aunque sea, he vuelto con muchas ganas y aunque se que ustedes ya están terminando la escuela secundaria quiero que se lleven un lindo recuerdo de nuestra clase. Ustedes ya me conocen, porque hace mucho tiempo que estoy en la escuela, pero yo quiero saber cómo han pasado este año. Así que me gustaría que alguien de ustedes, el que se anime, me cuente algo que…”
En ese momento, un chillido agudo estremeció el aula. La silla del rifle cayó estrepitosamente, con sus largas zancadas salió corriendo, abrió la puerta y el aula quedó en silencio.

AUTOR: Grafo Leer más...

sábado, 18 de septiembre de 2010

6 meses de Mano Inquieta Blog

Este es un Blog de futbol, un blog de cuentos, un blog de historias y recuerdos, es un blog hecho con amigos, para viejos amigos y nuevos amigos.
En este partido como en los partidos de la vida hay alegrias, tristezas, polemicas, amores, desamores, cambios y transformaciones, seria un placer que participes de ellos junto a nosotros… Con estas palabras empezábamos hace 6 meses este proyecto.

Desde aquel arranque eligiendo los 23 del mundial, siguiendo por el primer cuento “La Ilusión”, siguiendo con otros cuentos como “Adiós a Ferro”, “El primer partido de Ernestito”, la historia de viejas amistades: “El regreso de los gladiadores”; el primer aporte fuera del plantel estable con “Fe, muchachos, fe” que siguió mas tarde con “Religionetas”; culmino Marzo con un gran cuento: “un sábado distinto para Sally”.
Empezaba Abril y nos encontrábamos con nuevos cuentos como “Fuerte al medio” y “El ángel de la guarda”. Nos publicaron la primer carta en la revista Un Caño “El padre de Román”. Propusimos música con Peteco Carabajal en el programa “Encuentro en el Estudio” y anteriormente con la critica a “Amapola del 66 de Divididos”. Trajimos finalmente algo de nostalgia para algunos con el relato de “Supercampeones”.
Arrancamos Mayo, nuestro mes con mas Entradas, con un poema para el día del Trabajador “Yo albañil”, una historia a pedido “El partido de la muerte”, otro aporte “De humanos y dioses”, y la historia que mas llego a nuestro seguidores “La despedida de un Ángel”. Mas adelante vinieron mas cuentos: “Una decisión difícil”, “Domingos de Lluvia”, “La locura de Yazid”, “Con los cordones”, “El regalo de Don Atilio” y otro de Ernestito “El primer gol de Ernestito”. También destacan en este mes, Entradas de puro futbol como: “Los Mundiales son un parto”, “Recuerdos del futbol del ascenso” y “Y vos…De que lado estas chabón?”.
En Junio empezamos a bajar un poco el ritmo, ya que no era fácil continuar corriendo los 90 minutos… Incorporamos el tema ambiental con “Una historia poco conocida: La Forestal”, seguimos con una curiosidad del mundial “Los hermanos Boateng”, nuevos cuentos como “Casualidad Olímpica" e “Historia de un Vestuario”; y volvimos a recomendar un poco de música con “De Ushuaia a la Quiaca”.
Empezó Julio y termino el mundial de Sudáfrica para Argentina, por eso el Blog se hizo eco de la eliminación con “Vamos, Vamos que ganamos” con gran participación de los habituales lectores. En el día del amigo festejamos con un cuento del negro Fontanarrosa “Wilmar Everton Cardaña, número 5 de Peñarol”. Seguimos con un cuento bien Xeneise: “Saudade de la Bombonera” y terminamos con otro excelente aporte: “Decálogo de futbol 5”.
En agosto fuimos a ritmo lento, tuvimos una curiosidad “Las Islas Sorlingas”, pero un gran aporte de cuentos: “El viaje”, "¿La mejor decisión?" y "Volver".
Por fin llegamos a Septiembre, nuestro mes aniversario, tratando de recuperar el ritmo de los primeros meses propusimos nuevas secciones:
•La sección: Grandes cuentos de grandes cuentistas, aquí publicamos “El penal mas largo del mundo” de Osvaldo Soriano;
•Sección: Volviendo a amar a Maradona, nos emocionamos con “La canción del Brujito” de Peteco Carabajal;
•Y la sección: El Dato Inquieto, publicamos “22 penales”, el partido de Platense-Lanús de 1977.
Cerramos este mes como no podría ser de otra manera con un nuevo relato-cuento: “La casa de la calle Olleros”.
Fue mucho trabajo, pero podemos decir que valió la pena, vale la pena tener este espacio donde expresarnos, pero fundamentalmente donde encontrarnos.
En estos 6 meses hubo:
•Más de 7.000 visitas,
•59 entradas del blog (60 con esta),
•20 cuentos,
•128 seguidores por facebook,
•187 Comentarios (participaciones),
•Además de nuestro país, hemos recibido visitas de: Estados Unidos, Chile, España, Colombia, México, Perú, Canadá, Francia, Uruguay, Ecuador (según las estadísticas de un programa de google del propio blog).
Bueno señores nada resume mejor lo que le queremos decir que la trillada frase GRACIAS TOTALES, gracias a los que escriben a los que comentan o a los que nos visitan en silencio. A estos últimos, ANIMENSE!, escríbannos, este trabajo es para todos los que les gusta el futbol y las historias comunes, un espacio virtual de amistad. Abrazo Inquieto.
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miércoles, 15 de septiembre de 2010

La casa de la calle Olleros

Yo era chico, tenía 5 años, pero para mí fue un lugar mágico. Creo que las casas de nuestros abuelos nos hacen sentir eso, la presencia de lo mágico, sobre todo cuando empezamos a comprobar que el tiempo transcurre inexorable. Parece que a medida que vamos creciendo, nuestra vida se transforma en algo así como una novela, pero con la particularidad que la escribimos hoy, a cincuenta años de ocurridos los sucesos y nuestra memoria los recuerda como una ficción, incluso a veces somos incapaces de asegurar si los hechos ocurrieron o no.
Por eso, los sucesos que voy a narrar no se a ciencia cierta si fueron realidad o ficción, pero que fueron extraños, fueron extraños, por lo menos para un pibe de 5 años.
La casa de mi abuela Rosario quedaba en la calle Olleros, casi esquina Charlone en el barrio de Colegiales. Era una casa de las que podríamos llamar de las antiguas y tradicionales. Gran puerta de madera con dos hojas y un llamador en forma de puño, picaportes de bronce y el infaltable lugar para que el cartero deje la correspondencia, con el nombre puesto en bronce “CARTAS”. Entrando, el zaguán, chiquito pero acogedor, sobre todo para mi prima mayor que lo usaba casi todas las noches para “conversar” con su novio. Al final, otra puerta con vidrios en la mitad superior y cortinas, que permitía ver el interior: un gran patio lleno de macetas en el piso o colgando de las paredes.
En un costado del patio, la escalera con peldaños de mármol ya gastados que se hacían peligrosos cuando la lluvia los mojaba. Subiendo, en lo alto, se observaba una construcción, en realidad era una pieza, en la que vivía el inquilino.
Al patio daban casi todas las habitaciones, digo casi porque, la de mis tíos, donde yo dormía, daba a la calle y para llegar a ella había que atravesar una especie de living-comedor, que era el que a su vez comunicaba con el patio. La pieza central era de mi abuela. En la última pieza, mis otros tíos y al final del corredor el baño, como siempre alejado pudorosamente del resto de las habitaciones. Finalmente la cocina, chiquita, llena de todos los olores de mi infancia: el mate de leche, las tortas fritas, el pan casero, las pastas y otras tantas exquisiteces que se comían a menudo en las familias “de antes”.
Pero nuestra historia se inicia allá arriba, en la piecita que servía de albergue al inquilino. En aquel tiempo, en el Buenos Aires del ´50, los inquilinos no duraban mucho, no porque se los tratara mal, sino porque el alojamiento era transitorio hasta conseguir alguna vivienda. Por lo general, era gente del interior y en lo de la abuela, correntinos y entrerrianos, en particular de Concordia, de donde era mi abuela hasta mudarse a Buenos Aires a mediados de los años ’30.
Los provincianos se mudaban a la Capital y conseguían trabajo, mucho más fácil que hoy. Eran los tiempos del peronismo: se inscribían en un plan de algún sindicato y luego, cuando le adjudicaban la vivienda venía la familia desde el pago chico.
En el tiempo que nos ocupa vivía en la piecita un correntino de apellido Bruno, de pocas palabras, trabajaba en un frigorífico. La función de los nietos era avisar al inquilino de las actividades de la casa, fundamentalmente cuando estaba lista la comida, ya que los servicios de mi abuela incluían desayuno, almuerzo los fines de semana –durante la semana don Bruno comía en la fábrica- y cena todos los días.
Con el correr del tiempo me enteré que a la abuela Rosario nunca le gustó el correntino, era muy parco y para colmo el anterior inquilino, entrerriano de sus pagos era la antítesis: charlatán, simpático y hasta tocaba el acordeón, lo cual era la excusa justa para armar algún bailongo los fines de semana con algunos vecinos.
En época de vacaciones me quedaba muchos días en la casa, con mi hermana Laura y mis primos Alicia y Sergio. Nuestro lugar de juegos era la terraza, pero para llegar a ella había que pasar por un pasillito frente a la piecita de don Bruno.
Un sábado de enero, caluroso y húmedo, desobedeciendo las órdenes de dormir la siesta, subimos sigilosamente las escaleras rumbo a la terraza, pasamos el pasillo casi en puntas de pie para no despertar al inquilino, pero al mirar por la ventana de la piecita lo vimos despierto y aparentemente muy ocupado ensamblando unos aparatos y llenando de líquido algunas botellas de las de litro.
Cuando nos vio se puso muy nervioso y nosotros también. Salimos corriendo hacia la terraza y después de un rato de juegos nos olvidamos del incidente.
El que parece que no se olvidó fue don Bruno, que en la hora de la cena nos mandó al frente con la abuela, alcahueteándole que habíamos estado molestando en horas de la siesta.
El castigo no se hizo esperar, durante una semana tuvimos prohibido subir a la terraza a jugar.
Pero como a todos los chicos, lo prohibido ejerce una atracción particular. Uno no hace más que prohibirles algo, para que lo quieran o busquen con mayor intensidad. Y así, a escondidas, nos íbamos a jugar a la terraza. Más aún, ahora no solo había un interés por jugar, sino también por observar más atentamente lo que hacía don Bruno.
Una tarde, cuando él no estaba, vimos desde la ventana de la pieza, un cajón con botellas y un género en los picos de cada una que parecía ser una mecha. La curiosidad nos dominó y entramos. En la mesa de luz había un papelito todo arrugado que decía:
-1 botella de vidrio
-1 pedazo de género
-bencina
Primero: colocar la bencina dentro de la botella, después mojar el pedazo de género con bencina y ponerlo en la botella. Prender el trapo y listo, a tirarla contra lo que te de la gana .OJO: al prender la mecha arrojarla rápido o explota.
¿Que era todo eso?, ¿acaso el viejo andaba en algo raro? Del susto que teníamos, salimos corriendo y no se lo contamos a nadie.
Como a la semana, el tío Carlitos vino como loco con el diario en la mano. El titular de Crónica decía:
"TOMA DEL FRIGORIFICO LISANDRO DE LA TORRE."
“En la madrugada del 17 de enero, 1.500 efectivos armados, de la Policía Federal, Gendarmería y el Ejército, con el apoyo de tanques, se lanzaron sobre el frigorífico. En un violentísimo ataque destruyeron la puerta y lograron desocuparlo. Los dirigentes fueron presos. Cinco mil trabajadores quedarían despedidos.”
Uno de ellos imagino fue don Bruno, al que jamás volvimos a ver, pero el secreto de lo ocurrido en la pieza de arriba jamás fue revelado por nosotros.
Años después comprendí la situación y don Bruno, el de pocas palabras se convirtió en un héroe, como tantos, de la resistencia peronista.
Me lo imagino, tras el desalojo, en el enfrentamiento, que se trasladó al corazón del barrio de Mataderos. Durante cinco días, militantes, obreros, vecinos y comerciantes se enfrentaron a la policía ¡y al ejército!. El barrio vivió una conmoción: en la calle, ¡con las manos!, se levantaron las vías del tranvía. Se hicieron barricadas arrancando el adoquinado, se derribaron árboles, se acumulaba madera, se prendía fuego. Participaba todo el mundo, los obreros, los militantes, los familiares y los vecinos. Inclusive los comercios se adhirieron, porque era una lucha que le pertenecía a todo Mataderos.
Durante la noche, los propios vecinos, junto a los obreros, cortaban la iluminación para impedir el ingreso de la policía. Los trabajadores de las inmensas fábricas vecinas, Pirelli y Federal, se unieron a los del frigorífico
Finalmente, toda esta enorme energía fue desarticulada. El frigorífico fue privatizado a mediados de 1960 y entregado a la CAP (Corporación Argentina de Productores de carne), que lo mantendría durante años con suculentos subsidios del Estado.
Pero a pesar de todo, es la única huelga, la del glorioso matadero Lisandro de La torre nunca se levantó y don Bruno estuvo ahí.

AUTOR: El Alquimista Leer más...

domingo, 12 de septiembre de 2010

22 Penales

Nueva sección (y van!!) del Blog.
El Dato Inquieto.
Primer Entrega: 22 Penales, Platense-Lanus.
El 16 de noviembre de 1977, Platense y Lanús dirimieron el tercer descenso del Metro luego de 120 minutos y 22 penales ejecutados. Noche histórica en el viejo gasómetro.
El campeonato Metropolitano de 1977 fue el de mayor cantidad de fechas del profesionalismo. A lo largo de 46 jornadas y nueve meses River fue el campeón y Ferro Carril Oeste y Temperley perdieron la categoría. Pero el reglamento establecía tres descensos y por eso el último casillero se debía determinar en un desempate entre Platense y Lanús, que habían igualado en 38 puntos.
El match debía disputarse en terreno neutral y el viejo estadio de San Lorenzo fue el elegido. La batalla comenzó a las 21 horas y luego de los 90 minutos reglamentarios, más los 30 de tiempo suplementario, las vallas permanecieron invictas. Con el pitazo final del juez Barreiro, llegó la hora de los penales.
Era un momento sublime, donde el cansancio y la tensión serían protagonistas al igual que cualquiera de los 22 futbolistas. La serie la inició con certeza Miguel Arturo Juárez, poniendo a los “calamares” en ventaja. Orlando Cárdenas, delantero de Lanús rezaba de rodillas frente a una imagen de la Virgen de Luján en el centro del campo. Debió dejar esa mística postura para dirigirse al punto de sentencia. Lentamente llegó y anotó: 1-1.
A partir de ahí y con gran eficacia, ejecutaron Belloni, Pachamé, Osvaldo Pérez, Ribecca y Ulrich. Siete pateados con la misma cantidad de convertidos y la chapa con Platense arriba 4-3. El remate de Coria es detenido por Osmar Migelucci, dejando al “marrón” en la antesala de quedarse en primera. Gianetti toma carrera, llega y su ejecución se encuentra con las manos de Rubén Sánchez. El llanto de Gianetti se mezcla con la incipiente tormenta que cubre el cielo de Boedo. Ahora es Moralejo el encargado y su conquista pone paridad y un alivio para Lanús: 4-4 y tanda de dos por bando.
El otro Juárez de Platense, Miguel Ángel anota y a continuación nuevamente se luce Migleucci conteniendo en envió de Benejú. Algunos avezados ya festejan la salvación “calamar”, la mayoría prefiere esperar el disparo de Niro… y lo bien que hicieron, porque éste lo desvía. El drama crece hasta límites insospechados. ¿Quién se queda en primera? ¿Quién vuelve a los sábados? Guillermo Zárate la coloca con calidad y la chapa marca 5-5.
A continuación, vuelve la eficacia: Rivero, Barrera, Pinasco y Giachello marcan para establecer el 7 iguales. Es el turno de Peremateu, pero el zaguero de Platense está en una camilla. Los jugadores, el técnico Juan Manuel Guerra y el árbitro deliberan, mientras las agujas de los relojes se van acercando a la medianoche. Como puede, el defensor se incorpora y camina hacia el punto penal. Su cabeza indica, pero las piernas están en otro lado. Su tiro se estrella con el poste derecho de Sánchez y golpea el alma calamar.
Por fin, ahora es Lanús el que dispone por primera vez de su chance. Quien toma la responsabilidad es su arquero, Rubén Omar Sánchez, pero su remate débil y al medio, es fácil para Migelucci. Parece que esto no va a terminar nunca. El turno ahora es para el guardameta “marrón”, pero se altera el orden y vuelve a ejecutar Miguel Arturo Juárez, sin que Migelucci lo haya hecho. Esta situación no es advertida por el árbitro y posteriormente derivaría en un juicio que la entidad del Sur le ganaría a la AFA.
El “negro” Juárez revienta las redes y pone el 8-7. ¿Definitivo? Si, increíblemente definitivo, porque el disparo de Cárdenas va sobre la derecha de Migelucci, que se estira hacia allí cuan largo es, para aferrarse a esa pelota y decretar el final. Lágrimas de un lado y del otro, como en la comedia y la tragedia, porque este partido tuvo de todo. Migelucci toma la pelota y se golpea el pecho de cara a su tribuna. Es su revancha, porque la noche anterior, en la casa del técnico Guerra habían recibido un llamado intimidatorio: “Migelucci se vendió contra Chacarita, si mañana juega, les quemamos la casa”. Ante tanta cobardía, sobresalió la hombría con mayúsculas de Guerra para ponerlo y del arquero para sobreponerse a todo.

Pese a que Miguelucci contuvo cuatro penales y fue decisivo en la permanencia de los “calamares”, se quedó sin trabajo poco días después porque el club no le renovó su contrato.
El árbitro del partido, Roberto Barreiro, no advirtió que Platense violaba el reglamento cuando permitió que el undécimo penal lo ejecutara Juárez, quien ya había rematado el primero y no podía volver a hacerlo hasta que tiraran todos sus compañeros, incluido el arquero. Juárez era un experimentado goleador y Miguelucci no se tenía fe en ese momento. Lanús cumplió con las reglas. Su último penal lo remató su arquero Sánchez y Miguelucci lo atajó. Lanús accionó judicialmente contra la AFA y, mientras se discutía en los estrados, bajó de la Primera B a la C. Le ofrecieron dos posibilidades: volver directamente a la Primera División, saltando dos categorías, o una fuerte suma de dinero. Lanús se quedó con la plata e inició su gran despegue en lo social y deportivo.
Lanús se fue a la B, más tarde a la C y recién regresó a primera en 1990. Platense fue la contratara, ya que a partir de aquella noche de Boedo, inició una serie histórica de salvadas del descenso, que recién se cortó en 1999, cuando perdió la categoría.
Alegría, tristeza, 120 minutos, 22 penales para una noche ya lejana, pero eterna en el recuerdo del futbolero argentino.
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miércoles, 8 de septiembre de 2010

Canción del Brujito - Peteco Carabajal

Nueva sección (como estamos!!) del Blog: “Volviendo a amar a Maradona” (También etiquetada como: "Canciones al Diego"). Después del resultado de este mundial y de este último tiempo de Diego, es difícil seguir manteniendo el amor incondicional que uno le tenia, por eso esta sección.
Nuestro amigo R.D. escribia después del mundial: “…hace rato que pienso que Diego es una supernova, que lo que vemos no es su brillo, sino el resplandor de su explosión..”. La idea es seguir recordando su brillo, el resplandor de Diego a diferencia del resplandor de las estrellas, creo, seguirá brillando aunque “explote” en mil pedazos.
En esta primer entrega, el tema que le compuso Peteco Carabajal en su disco “Historias Populares” en 1996, poco conocido para muchos.

Sobre el barrial rodó la luna
los grillos dieron la señal
y al corazón de un niño
llegó la gracia.

Por una hendija del cartón
como un silbido helado entró
un brujo que aparece
de vez en cuando.

Vamos le dijo al niño
tu sueño tiene una estrella
toma este campo libre
y esta pelota de medias.

Vamos que están los duendes
dispuestos para jugar
antes que cante el gallo
partiendo la oscuridad.

Desde el azul se han desprendido
panes dorados por la luz
que vienen desde el fondo
del universo.

Genios del hambre y la esperanza
vuelan junto a tu corazón
no los olvides nunca
juega por ellos.

Vamos le dijo al niño
tu sueño tiene una estrella
toma este campo libre
y esta pelota de medias.

Vamos que están los duendes
dispuestos para jugar
antes que cante el gallo
partiendo la oscuridad.

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lunes, 6 de septiembre de 2010

El Penal mas largo del mundo

Nueva sección del Blog: "Grandes Cuentos de Grandes Cuentistas".
Hoy: "El Penal mas largo del mundo", de Osvaldo Soriano.


El penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido del valle de Río Negro, en Argentina, un domingo por la tarde en un estadio vacío. Estrella Polar era un club de billares y mesas de baraja, un boliche de borrachos en una calle de tierra que terminaba en la orilla del río. Tenía un equipo de fútbol que participaba en el campeonato del valle porque los domingos no había otra cosa que hacer y el viento arrastraba la arena de las bardas y el polen de las chacras.
Los jugadores eran siempre los mismos, o los hermanos de los mismos. Cuando yo tenía quince años, ellos tendrían treinta y me parecían viejísimos. Díaz, el arquero, tenía casi cuarenta y el pelo blanco que le caía sobre la frente de indio araucano. En el campeonato participaban dieciséis clubes y Estrella Polar siempre terminaba más abajo del décimo puesto. Creo que en 1957 se habían colocado en el decimotercer lugar y volvían a sus casas cantando, con la camiseta roja bien doblada en el bolso porque era la única que tenían. En 1958 empezaron ganándole a Escudo Chileno, otro club de miseria.
A nadie le llamo la atención eso. En cambio, un mes después, cuando habían ganado cuatro partidos seguidos y eran los punteros del torneo, en los doce pueblos del valle empezó a hablarse de ellos.
Las victorias habían sido por un gol, pero alcanzaban para que Deportivo Belgrano, el eterno campeón, el de Padini, Constante Gauna y Tata Cardiles, quedara relegado al segundo puesto, un punto más abajo. Se hablaba de Estrella Polar en la escuela, en el ómnibus, en la plaza, pero no imaginaba todavía que al terminar el otoño tuvieran 22 puntos contra 21 de los nuestros.
Las canchas se llenaban para verlos perder de una buena vez. Eran lentos como burros y pesados como roperos, pero marcaban hombre a hombre y gritaban como marranos cuando no tenían la pelota. El entrenador, un tipo de traje negro, bigotitos recortados, lunar en frente y pucho apagado entre los labios, corría junto a la línea de toque y los azuzaba con una vara de
mimbre cuando pasaban a su lado. El público se divertía con eso y nosotros, que por ser menores jugábamos los sábados, no nos explicábamos como ganaban si eran tan malos.
Daban y recibían golpes con tanta lealtad y entusiasmo, que terminaban apoyándose unos sobre otros para salir de la cancha mientras la gente les aplaudía el 1 a 0 y les alcanzaba botellas de vino refrescadas en la tierra húmeda. Por las noches celebraban en el prostíbulo de Santa Ana y la gorda Leticia se quejaba de que se comieran los restos del pollo que ella guardaban en la heladera.
Eran la atracción y en el pueblo se les permitía todo. Los viejos les recogían de los bares cuando tomaban demasiado y se ponían pendencieros; los comerciantes les regalaban algún juguete o caramelos para los hijos y en el cine, las novias les consentían caricias por encima de las rodillas. Fuera de su pueblo nadie los tomaba en serio, ni siquiera cuando le ganaron a Atlético San Martín por 2 a1.
En medio de la euforia perdieron, como todo el mundo, con Barda del Medio y al terminar la primera rueda dejaron el primer puesto cuando Deportivo Belgrano los puso en su lugar con siete goles. Todos creímos, entonces, que la normalidad empezaba a restablecerse. Pero el domingo siguiente ganaron 1 a 0 y siguieron con su letanía de laboriosos, horribles triunfos y llegaron a la primavera con apenas un punto menos que el campeón.
El último enfrentamiento fue histórico por el penal. El estadio estaba repleto y los techos de las casas también. Todo el mundo esperaba que Deportivo Belgrano repitiera los siete goles de la primera rueda. El día era fresco y soleado y las manzanas empezaban a colorearse en los arboles. Estrella Polar trajo más de quinientos hinchas que tomaron una tribuna por asalto y los bomberos tuvieron que sacar las mangueras para que se quedaran quietos.
El referí que pitó el penal era Herminio Silva, un epiléptico que vendía las rifas del club local y todo el mundo entendió que se estaba jugando el empleo cuando a los cuarenta minutos del segundo tiempo estaban uno a uno y todavía no había cobrado la pena por más que los de Deportivo Belgrano se tiraran de cabeza en el área de Estrella Polar y dieran volteretas y malabarismos para impresionarlo. Con el empate el local era campeón y Herminio Silva quería conservar el respeto por sí mismo y no daba penal porque no había infracción.
Pero a los 42 minutos, todos nos quedamos con la boca abierta cuando el puntero izquierdo de Estrella Polar clavó un tiro libre desde muy lejos y se pusieron arriba 2 a 1. Entonces sí, Herminio Silva pensó en su empleo y alargó el partido hasta que Padín entró en el área y ni bien se le acercó un defensor pitó. Ahí nomás dio un pitazo estridente, aparatoso y sancionó el
penal. En ese tiempo el lugar de ejecución no estaba señalado con una mancha blanca y había que contar doce pasos de hombre. Herminio Silva no alcanzó siquiera a recoger la pelota porque el lateral derecho de Estrella Polar, el Colo Rivero, lo durmió de un cachetazo en la nariz. Hubo tanta pelea que se hizo de noche y no hubo manera de despejar la cancha ni de despertar a Herminio Silva. El comisario, con la linterna encendida, suspendió el partido y ordenó disparar al aire. Esa noche el comando militar dictó estado de emergencia, o algo así, y mandó a enganchar un tren para expulsar del pueblo a toda persona que no tuviera apariencia de vivir allí.
Según el tribunal de al Liga, que se reunió el martes, faltaban jugarse veinte segundos a partir de la ejecución del tiro penal y ese match aparte entre Constante Gauna, el shoteador y el gato Díaz al arco, tendría lugar el domingo siguiente, en el mismo estadio a puertas cerradas. De manera que el penal duro una semana y fue, si nadie me informa lo contrario, el más largo de toda la historia. El miércoles faltamos al colegio y nos fuimos al pueblo vecino a curiosear. El club estaba cerrado y todos los hombres se habían reunido en la cancha, entre las bardas. Formaban una larga fila para patearle penales al Gato Díaz y el entrenador de traje negro y lunar trataba de explicarles que esa era la mejor manera de probar al arquero.
Al final, todos tiraron su penal y el Gato atajó unos cuantos porque le pateaban con alpargatas y zapatos de calle. Un soldado bajito, callado, que estaba en la cola, le tiró un puntazo con el borseguí militar y casi arranca la red. Al caer la tarde volvieron al pueblo, abrieron el club y se pusieron a jugar a las cartas. Díaz se quedó toda la noche sin hablar, tirándose para atrás el pelo blanco y duro hasta que después de comer se puso un escarbadientes en la boca y dijo:
-Constante los tira a la derecha.
-Siempre -dijo el presidente del club.
-Pero él sabe que yo sé.
-Entonces estamos jodidos.
-Sí, pero yo sé que él sabe -dijo el Gato.
-Entonces tírate a la izquierda y listo -dijo uno de los que estaban en la
mesa.
-No. El sabe que yo sé que él sabe -dijo el Gato Díaz y se levantó para ir a
dormir.
-El Gato esta cada vez más raro -dijo el presidente el club cuando lo vio salir pensativo, caminando despacio.
El martes no fue a entrenar y el miércoles tampoco. El jueves, cuando lo encontraron caminando por las vías del tren estaba hablando solo y lo seguía un perro con el rabo cortado.
-¿Lo vas a atajar?- le preguntó, ansioso, el empleado de la bicicletería.
-No sé. ¿Qué me cambia eso?- preguntó.
-Que nos consagramos todos, Gato. Les tocamos el culo a esos maricones de Belgrano.
-Yo me voy consagrar cuando la rubia de Ferreyra me quiera querer -dijo y silbó al perro para volver a su casa.
El viernes, la rubia de Ferreyra esta atendiendo la mercería cuando el intendente del pueblo entró con un ramo de flores y una sonrisa ancha como una sandía abierta.
Esto te lo manda el Gato Díaz y hasta el lunes vos decís que es tu novio.
-Pobre tipo -dijo ella con una mueca y ni miro las flores que habían llegado de Neuquén por el ómnibus de las diez y media.
A la noche fueron juntos al cine. En el entreacto el Gato salió al hall a fumar y la rubia de los Ferreyra se quedó sola en la media luz, con la cartera sobre la falda, leyendo cien veces el programa sin levantar la vista.
El sábado a la tarde el Gato Díaz pidió prestadas dos bicicletas y fueron a pasear a las orillas del río. Al caer la tarde la quiso besar, pero ella dio vuelta la cara y dijo que el domingo a la noche, tal vez, después que atajara el penal, en el baile.
-¿Y yo cómo sé? -dijo él.
-¿Cómo sabés qué?
-Si me tengo que tirar para ese lado.
La rubia Ferreyra lo tomó de la mano y lo llevó hasta donde habían dejado las bicicletas.
-En esta vida nunca se sabe quién engaña a quién -dijo ella.
-¿Y si no lo atajo? -preguntó él.
-Entonces quiere decir que no me querés -respondió la rubia, y volvieron al pueblo-.
El domingo del penal salieron del club veinte camiones cargados de gente, pero la policía los detuvo a la entrada del pueblo y tuvieron que quedarse a un costado de la ruta, esperando bajo el sol. En aquel tiempo y en aquel lugar no había emisoras de radio, ni forma de enterarse de lo que ocurría en una cancha cerrada, de manera que los de Estrella Polar establecieron una
posta entre el estadio y la ruta.
El empleado del bicicletero subió a un techo desde donde se veía el arco del Gato Díaz y desde allí narraba lo que ocurría a otro muchacho que había quedado en la vereda que a su vez transmitía a otro que estaba a veinte metros y así hasta que cada detalle llegaba a donde esperaban los hinchas de Estrella Polar.
A las tres de la tarde, los dos equipos salieron a la cancha vestidos como si fueran a jugar un partido en serio. Herminio Silva tenía un uniforme negro, desteñido pero limpio y cuando todos estuvieron reunidos en el centro de la cancha fue derecho hasta donde estaba el Colo Rivero que le había dado el cachetazo el domingo anterior y lo expulsó de la cancha. Todavía no se había inventado la tarjeta roja, y Herminio señala la entrada del túnel con una mano temblorosa de la que colgaba el silbato.
Al fin, la policía sacó a empujones al Colo que quería quedarse a ver el penal. Entonces el arbitro fue hasta el arco con la pelota apretada contra una cadera, contó doce pasos y la puso en su lugar. El Gato Díaz se había peinado a la gomina y la cabeza le brillaba como una cacerola de aluminio.
Nosotros los veíamos desde el paredón que rodeaba la cancha, justo detrás del arco, y cuando se colocó sobre la raya de cal y empezó a frotarse las manos desnudas, empezamos a apostar hacía dónde tiraría Constante Gauna.
En la ruta habían cortado el tránsito y todo el Valle estaba pendiente de ese instante porque hacía diez años que el Deportivo Belgrano no perdía un campeonato. También la policía quería saber, así que dejaron que la cadena de relatores se organizara a lo largo de tres kilómetros y las noticias llegaban de boca en boca apenas espaciadas por los sobresaltos de la respiración.
Recién a las tres y media, cuando Herminio Silva consiguió que los dirigentes de los dos clubes, los entrenadores y las fuerzas vivas del pueblo abandonaran la cancha, Constante Gauna se acercó a acomodar la pelota. Era flaco y musculoso y tenía las cejas tan pobladas que parecían
cortarle la cara en dos. Había tirado ese penal tantas veces -contó después- que volvería a patearlo a cada instante de su vida, dormido o despierto.
A las cuatro menos cuarto, Herminio Silva se puso a medio camino entre el arco y la pelota, se llevó el silbato a la boca y sopló con todas sus fuerzas. Estaba tan nervioso y el sol le había machacado tanto sobre la nuca, que cuando la pelota salió hacía el arco, el referí sintió que los
ojos se reviraban y cayó de espalda echando espuma por la boca. Díaz dio un paso al frente y se tiró a su derecha. La pelota salió dando vueltas hacía el medio del arco y Constante Gauna adivinó enseguida que las piernas del Gato Díaz llegarían justo para desviarla hacia un costado. El gato pensó en el baile de la noche, en la gloria tardía y en que alguien corriera a tirar la pelota al córner porque había quedado picando en el área.
El petiso Mirabelli llegó primero que nadie y la sacó afuera, contra el alambrado, pero el arbitro Herminio Silva no podía verlo porque estaba en el suelo, revolcándose con su epilepsia. Cuando todo Estrella Polar se tiró sobre el Gato Díaz, el juez de línea corrió hacía Herminio Silva con la bandera parada y desde el paredón donde estábamos sentados oímos que gritaba “¡no vale, no vale!”.
La noticia corrió de boca en boca, jubilosa. La atajada del Gato y el desmayo del árbitro. Entonces en la ruta todos abrieron las botellas de vino y empezaron a festejar, aunque el “no vale” llegara balbuceado por los mensajeros como una mueca atónita.
Hasta que Herminio Silva no se puso de pie, desencajado por el ataque, no hubo respuesta definitiva. Lo primero que preguntó fue “qué pasó” y cuando se lo contaron sacudió la cabeza y dijo que había que patear de nuevo porque él no había estado allí y el reglamento decía que el partido no puede jugarse con un árbitro desmayado. Entonces el Gato Díaz apartó a los que
querían pegarle al vendedor de rifas de Deportivo Belgrano y dijo que había que apurarse porque esa noche él tenía una cita y una promesa y fue otra vez bajo el arco.
Constante Gauna debía tenerse poca fe, porque le ofreció el tiro a Padini y recién después fue hacía la pelota mientras el juez de línea ayudaba a Herminio Silva a mantenerse parado. Afuera se escuchaban bocinazos de festejo y los jugadores de Estrella Polar empezaron a retirarse de la cancha rodeados por la policía.
El pelotazo salió hacía la izquierda y el Gato Díaz se fue para el mismo lado con una elegancia y una seguridad que nunca más volvió a tener.
Costante Gauna miró al cielo y después se echó a llorar. Nosotros saltamos del paredón y fuimos a mirar de cerca a Díaz, el viejo, el grandote, que miraba la pelota que tenía entre las manos como si hubiera sacado la sortija de la calesita.
Dos años más tarde, cuando él era una ruina y yo un joven insolente, me lo encontré otra vez, a doce pasos de distancia y lo vi inmenso, agazapado en punta de pie, con los dedos abiertos y largos. En una mano llevaba un anillo de matrimonio que no era de la rubia de los Ferreyra sino de la hermana del Colo Rivero, que era tan india y tan vieja como él. Evité mirarlo a los ojos y le cambié la pierna; después tiré de zurda, abajo, sabiendo que no llegaría porque estaba un poco duro y le pesaba la gloria. Cuando fui a buscar la pelota dentro del arco, el Gato Díaz estaba levantándose como un perro apaleado.
-Bien, pibe -me dijo-. Algún día, cuando seas viejo, vas a andar contando por ahí que le hiciste un gol al Gato Díaz, pero para entonces ya nadie se va a acordar de mí.
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